Hablar de avances en agricultura a menudo suena a ciencia ficción, como cuando imaginábamos coches voladores en el año 2000. Sin embargo, la tecnología del futuro ya está aquí, con innovaciones como las nuevas técnicas genómicas aplicadas a la mejora vegetal, entre las que se encuentra la revolucionaria CRISPR, descubierta por el científico español Francis Mojica. Estas técnicas han abierto un abanico de posibilidades en la genética, permitiendo desde la eliminación de enfermedades hasta el desarrollo de cultivos resistentes a condiciones adversas.
A diferencia de la modificación genética tradicional, estas técnicas no introducen ADN de otros organismos, sino que activan o desactivan genes del propio organismo para mejorarlo. Sin embargo, la implementación de estas herramientas en la agricultura europea enfrenta un obstáculo considerable: la falta de un marco regulatorio adecuado en la Unión Europea (UE).
Mientras otros países han reconocido el potencial de estas tecnologías y han aprobado su uso, la UE se ha quedado rezagada. Esto ha frenado la posibilidad de producir más alimentos con menos recursos, un factor crucial para alimentar a una población global en constante crecimiento sin necesidad de expandir las tierras de cultivo.
Gracias a la presión ejercida por diversos actores del sector agroalimentario y académico, en 2021 la Comisión Europea reconoció que la regulación vigente no es adecuada para las Nuevas Técnicas Genómicas (NGT). Pese a un comienzo prometedor, con el respaldo de la Comisión de Agricultura, la Comisión de Medio Ambiente y el Pleno del Parlamento Europeo, el proceso legislativo se ha estancado. La falta de acuerdo en el Consejo de la UE durante la presidencia belga ha pospuesto la discusión, que deberá continuar bajo la presidencia húngara. Esto implicará nuevas revisiones y propuestas, retrasando significativamente el proceso.
Este retraso en la regulación coloca a la agricultura europea en desventaja frente a otros países que ya están aprovechando estas técnicas. La incapacidad de utilizar herramientas como CRISPR impide el desarrollo de variedades mejoradas en menos tiempo y a menor costo.
El potencial de estas técnicas es inmenso. Existen ejemplos ya disponibles a nivel global, como el arroz dorado, que reduce los casos de ceguera, o el trigo sin gluten, que podría revolucionar la alimentación de más del 1% de la población mundial que padece esta enfermedad. También se han desarrollado cultivos que requieren menos agua, como el brócoli, o plantas sin espinas, facilitando su cultivo y recolección, según un estudio reciente de la Universidad Politécnica de Valencia.
Es evidente que, si se quiere avanzar hacia una agricultura más sostenible y accesible, Europa no puede seguir frenando los avances científicos. Los legisladores europeos deben actuar con rapidez y basarse en la ciencia para regular estas técnicas, permitiendo que el futuro de la agricultura llegue a buen puerto.