La industria vinícola europea se enfrenta a un momento crítico. Según el último análisis de Coface, el consumo de vino en Europa ha caído un 25% desde el año 2000, mientras que la producción y el consumo mundiales se han reducido casi un 10% en la última década. Para el cierre de 2025, se espera que el consumo global alcance un mínimo histórico de 214 millones de hectolitros, reflejando la presión estructural que atraviesa el sector.
A principios de diciembre, la Comisión Europea aprobó un plan de apoyo a la industria vinícola que contempla subvenciones para el arranque definitivo de viñedos, con partidas de hasta 130 millones de euros en Francia, Italia y España. En Francia, se destinarán 4.000 euros por hectárea para limitar la oferta ante la caída de la demanda. Sin embargo, según Simon Lacoume, economista del sector, “las medidas actuales, aunque esenciales, no son suficientes para reinventar el sector de forma sostenible”, ya que solo abordan la producción sin dar respuesta a los problemas de consumo y exportación.
Los vinos europeos pierden terreno en mercados clave. En China, el consumo ha caído más del 60% desde la pandemia, mientras que en Estados Unidos, las nuevas barreras arancelarias dificultan el acceso a los exportadores europeos. Estas limitaciones acentúan la presión sobre un sector que ya registra un descenso de la demanda interna.
El plan francés de desarraigo prevé la retirada de 1,5 millones de hectolitros, apenas el 10% del excedente estimado en 2025. Esta medida se centra en la oferta y no resuelve los desafíos de fondo: la necesidad de incrementar la gama de productos, diferenciarse frente a la competencia internacional y adaptarse a los cambios en los hábitos de consumo. Los vinos de gama baja, especialmente en el sureste de Francia, se enfrentan a una presión creciente tanto por la competencia de países no europeos como por la caída de la demanda, evidenciando que la sostenibilidad a largo plazo requiere estrategias más amplias que el simple desarraigo.
El panorama para la vinicultura europea refleja un desequilibrio estructural entre oferta y demanda que obliga al sector a replantear sus estrategias de producción, exportación y posicionamiento de producto si quiere mantener su relevancia en los mercados globales.










