Para 2025, más de la mitad de la población del mundo en desarrollo -unos 3.500 millones de personas- vivirá en las ciudades. Para los encargados de elaborar las políticas y los responsables de la planificación urbana, que las ciudades sean más verdes podría ser la clave para asegurar la provisión de alimentos inocuos, nutritivos, medios de subsistencia sostenibles y comunidades más sanas.
El concepto de «ciudades verdes» se suele asociar a la planificación urbana en el mundo más desarrollado, pero en los países en desarrollo de bajos ingresos tiene una aplicación especial y dimensiones sociales y económicas significativamente diferentes.
Conforme crecen las ciudades se pierden valiosas tierras agrícolas a causa de la construcción, la industria y la infraestructura, y la producción de alimentos frescos se aleja más hacia las zonas rurales. El coste del transporte, el embalaje y la refrigeración, las malas condiciones de las carreteras rurales y las fuertes pérdidas durante el tránsito se suman a la escasez y el costo de la fruta y las hortalizas en los mercados urbanos.
«A lo largo de la historia en las ciudades se han encontrado oportunidades, empleo y mejores condiciones de vida -indica Shivaji Pandey, director de la División de Producción y Protección Vegetal, de la FAO-. Pero en muchos países en desarrollo lo que impulsa el acelerado crecimiento urbano no son las oportunidades económicas, sino las elevadas tasas de nacimientos y la llegada de masas rurales en busca de evadir el hambre, la pobreza y la inseguridad».
Para el año 2020 la proporción de la población urbana que vive en la pobreza podría llegar al 45%, o 1 400 millones de personas. Para entonces, el 85% de la población pobre de América Latina y casi la mitad de la de áfrica y Asia se concentrarán en los centros urbanos.
Esa perspectiva se ha denominado la nueva bomba demográfica y una pesadilla para la gobernanza: ciudades que se desparraman, degradadas y empobrecidas, con numerosos sectores de la población socialmente excluidos, vulnerables, jóvenes y sin empleo.
La FAO estima que 130 millones de pobladores de los centros urbanos de áfrica y 230 millones en América Latina practican la agricultura, sobre todo la horticultura, a fin de proporcionar alimentos a sus familias o para obtener ingresos de la venta de sus productos.
«La horticultura urbana ofrece una salida de la pobreza», indica el Dr. Pandey, y menciona los costos iniciales bajos, los ciclos cortos de producción y el alto rendimiento por unidad de tiempo, tierra y agua. Los alimentos urbanos, muchas veces compuestos de grasas baratas y azúcar, son responsables del incremento de la obesidad, el exceso de peso y las enfermedades crónicas asociadas a la dieta, como la diabetes.
La producción de fruta y hortalizas, las fuentes naturales más ricas de micronutrientes, en las ciudades y sus alrededores aumenta el suministro de productos frescos y nutritivos y mejora el acceso económico de las personas pobres de las ciudades a los alimentos.
Gobiernos de 20 países han pedido ayuda a la FAO en los últimos 10 años para eliminar obstáculos y dar incentivos, insumos y capacitación a «horticultores urbanos» de bajos ingresos. La FAO también ha aportado herramientas, semillas y capacitación a fin de establecer cientos de huertos escolares, un medio comprobado de promover la nutrición de los niños, en más de 30 países.