Los millennials, la generación de los nacidos en los años 80, también compran conservas porque piensan que son muy cómodas, duran mucho, es comida rápida y bien envasada.
Sin embargo, la imagen que tienen de ellas refleja un producto poco atractivo y sin diferenciación. Lo consideran un producto de consumo rápido y ocasional que no puede faltar, ya que es muy socorrido cuando no apetece cocinar. Algunos han heredado de sus padres el hábito de consumo de conservas a la hora del aperitivo y ellos ahora repiten el ritual.
Es precisamente la conveniencia el valor que más asocian, según un estudio llevado a cabo por Lantern, ya que es accesible en el lineal, no requiere frío, su caducidad es larga y “es un fondo de armario que les salva de muchos apuros”.
Todos los encuestados coinciden en que es un producto que no falta en la cocina, aunque su utilidad presenta matices. No les gusta la comida precocinada y la mayoría reconoce que no sabe o no le apetece cocinar. Esto se traduce en la necesidad de comer algo rápido, poco elaborado y rico. En conclusión, el uso generalizado está como complemento en ensaladas o pasta.
Este punto se convierte en una interesante oportunidad para las empresas ya que sólo hay que “ayudar a los jóvenes a cocinar más y mejor” esas conservas, asegura Jaime Martín, socio fundador y director general de Lantern.
Por lo general, no asocian pescados o moluscos enlatados con productos excepcionales y tampoco perciben valores similares a través de las marcas o el envase. Además, debido al tipo de consumo que realizan, no consideran que las latas contengan un producto de alta calidad. Por esta razón, no tienen reparo en acudir a marcas blancas, salvo si la ocasión lo merece.
Los momentos de consumo de la conserva tal cual, sin mayor elaboración que emplatar o añadir un poco de aceite, son siempre sociales: aperitivos, cenas o reuniones familiares. Además, estando en grupo, una lata cara puede dar mayor categoría a una cena informal.
El envase, una tarea pendiente
El tamaño sí importa en el caso de las conservas. Para el consumo individual, una lata es demasiado grande y la falta de un sistema de conservación adecuado una vez abierta, provoca que finalmente no se abra o se termine tirando días más tarde.
Además, el cartón por un lado aporta más información e imágenes y permite transportar y almacenar mejor grandes cantidades, pero la estética no convence.
Eso sí, ya sea en la lata de metal o con la caja de cartón, la estética dominante no convence a los jóvenes. Esta es una generación muy visual y tienen distintas percepciones sobre qué debe primar en el envase. Si para unos es fundamental poder ver una imagen fiel del producto que van a consumir, otros se decantan por una estética muy trabajada que no muestre la comida.